domingo, 15 de febrero de 2015

Infeliz la tierra

Los medios han celebrado el salvamento del Norman Atlantic.
Por: Umberto Eco

Así se llama el trasbordador que se incendió frente a las costas de Grecia el 28 de diciembre. Si bien las versiones varían, quizá había hasta 478 pasajeros y miembros de la tripulación, así como hasta 432 personas rescatadas. Algunos murieron y otros están desaparecidos, pero la operación de rescate fue eficiente.
Los medios prestaron atención a las acciones del capitán Argilio Giacomazzi, quien, después de dirigir la operación de rescate, fue el último en abandonar el barco. Algunos comentaristas no pudieron dejar de notar esto, dado el reciente desastre de un trasbordador donde el capitán abandonó el barco antes de sus pasajeros. En ciertas versiones empezó a surgir la etiqueta de “héroe” para el capitán Giacomazzi.
No hay duda: es una persona respetable. Además, solo podemos esperar que en el futuro, todo capitán se comporte como él lo hizo. Pero no hay manera de que él sea un héroe. Es un hombre que cumplió con su deber. Tanto la tradición marítima como la ley italiana dictan que un capitán debe ser el último en abandonar su embarcación; y este deber ciertamente implica riesgo.
¿Qué es un héroe? Con base en Thomas Carlyle, el ensayista e historiador escocés del siglo XIX, los héroes son grandes hombres con enorme carisma que dejan su huella en la historia. En este sentido, tanto Shakespeare como Napoleón fueron héroes. Sin embargo, la idea de Carlyle fue condenada por Tolstói y más adelante por algunos historiadores que confirieron menos importancia a grandes sucesos, prefiriendo concentrarse más en tendencias colectivas o estructuras económicas y sociales.
Por otra parte, el diccionario define a un héroe como una persona que desempeña un acto excepcional en beneficio de otros. El joven agente de policía italiano Salvo D’Acquisto, fue un héroe en este sentido: salvó a 22 personas de represalias nazis durante la Segunda Guerra Mundial cuando asumió plena responsabilidad por un crimen inexistente. Nadie le pidió que aceptara la culpa, o que se parara ante un pelotón de fusilamiento para salvar la vida de sus conciudadanos.
Sin embargo, por encima y más allá del llamado del deber, él hizo exactamente eso, y le costó la vida.
Para ser un héroe, no es necesario ser un soldado o un líder. Héroes son aquellos que arriesgan la vida para salvar a un niño de ahogarse , o quienes le dan la espalda a las comodidades de la medicina moderna para arriesgar la vida ayudando a pacientes con ébola en África. Parece que el mismo Giacomazzi, cuando fue entrevistado tras el desastre del trasbordador, descartó dicha etiqueta por considerarla inmerecida. “Los héroes no sirven a propósito alguno”, dijo. “Lo único en lo que uno piensa es en aquellas personas que ya no están con nosotros”. Esa es una manera prudente de rechazar la santificación de los medios de comunicación.
¿Por qué será que llamamos héroes a algunas personas cuando todo lo que hicieron fue su deber?
El dramaturgo alemán Bertolt Brecht, en su obra Vida de Galileo, nos dijo que “Infeliz es la tierra que necesita héroes”. ¿Por qué infeliz? Porque es un lugar que carece de personas normales que hacen lo que supuestamente deben hacer, que no se intimidan ante sus responsabilidades y que lo hacen (como dice la expresión) “con profesionalismo”. A falta de ese tipo de ciudadanos, un país busca con desesperación figuras “heroicas” y distribuye medallas de oro a diestra, siniestra y al centro. Una tierra infeliz es, por tanto, una en la cual nadie sabe ya cuál es su deber, así que la gente busca frenéticamente un demagogo carismático que les diga qué hacer. Y ésta fue, si bien recuerdo, la misma idea expresada por Hitler en Mi Lucha.
  • * Novelista y semiólogo italiano / | Elespectador.com

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